La hora

Pipipi-pipipi-pipipi

La alarma suena otra vez. El sueño de las mañanas es inevitable. Pese a la ducha y el desayuno al cerebro le cuesta abandonar el estado somnoliento, hasta que despierta en medio del metro y se le ocurre una genial idea para evitar el sueño por las mañanas. ¿Dormir más o despertarse más tarde? Nada tan simple y obvio. El sueño de las mañanas lo provoca el sonido de la alarma, por lo que hay que poner en práctica las tácticas de Paulov y las panaderías. Traducido a palabras que entienda todo el mundo: hay que asociar a la alarma momentos agradables y que de verdad provoquen alegría. Paulov les daba de comer a los perros después de cada sonido de campana y los perros salivaban solo con el sonido. En este caso no puede ser, despertarse con una tarta cada dia acabaría con su figura. Así que tocaba asignar pitidos alternativos. Por ejemplo, ponerse una alarma a la hora de salir del trabajo. Es más, tocaba poner una alarma cuando saliera efectivamente del trabajo.

Por desgracia parece que el experimento necesitaba más dosis. Después de unas semanas seguía despertandose odiando la alarma por la mañana. Bien, a añadir una alarma para el postre. Ya, dije que no podía ser con comida pero si no comes no es problema, la cuestión es predisponer al cuerpo positivamente. Y por si acaso también sonaba una alarma cada vez que viera su serie favorita. No es fácil, con tantas plataformas digitales y no son capaces de implementar condicionamientos conductuales. Suerte que el reloj tiene hasta cinco alarmas. Pasaron semanas y observó que se levantaba algo mejor, parece que el método empezaba a funcionar.

Había que perfeccionarlo un poco. Empezó a salir a su hora para evitar asociar la alarma con frustración. Además hizo más postres ricos. No es lo mismo asociar la alarma a un yogur cero por ciento que a una tarta de queso casera con mermelada de fresa. Sí, lo notaba, cada vez se levantaba mejor, pensaba escribir un libro sobre ello. En verdad le encantaba escribir, por lo que también puso una alarma cada vez que escribía. De repente el ruido del despertador cada día no resultaba molesto. Acabó el libro, lo publicó y triunfó. «La alarma de la vida» fue traducido a veinte idiomas. Con los derechos de autor cobraba más que trabajando así que dejó de trabajar y siguió escribiendo por placer. Ya no tenía que poner la alarma por la mañana y no tenía sueño.

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