Lo improbable

Vi un águila pasar por encima de la colina. La vista me empezaba a fallar así que a lo mejor era un buitre. Un par de días sin comer no hacen ningún bien al cuerpo. Quedaba poco para llegar, eso es lo que me repetía desde hace horas. Pero bueno, a quién le importaba. A mí. Cansado de la caminata me senté en una roca. Revisé mi mapa, efectivamente en breves minutos tenía que llegar a mi destino.

El atardecer se dibujaba en el cielo son sus tonos diversos, dispuesto a dar paso al anochecer. Prefería llegar con luz así que me levanté y seguí mi senda. Cumpliendo mis predicciones en unos minutos llegué al punto indicado. La entrada a una cueva, casi tapada en su totalidad por hiedra. Me adentré en ella apartándola con cuidado. Encendí la linterna que llevaba para poder pasear por la oscuridad del pasillo , cuya inclinación ligera hacia abajo facilitaba la marcha.

Después de unos cuantos giros en todas las direcciones imaginables llegué a mi objetivo. Una gran sala, de más de diez metros de altura y puede que veinte de diámetro. Una luz amarilla se filtraba desde el techo, resaltando el pequeño atril de piedra que se encontraba en el centro. Di la vuelta a mi mapa y lo coloqué en el atril. Ahí estaba la clave de todo, o eso esperaba con todas mis fuerzas. Poniendo con cuidado el estuche en el suelo, quité los seguros y cogí el violín.

Apoyado sobre mi cuello las notas empezaron a sonar, una partitura corta y alegre. Ahora tendría que pasar algo. Unos segundos infinitos hicieron falta para que la tierra temblara y se abriera un agujero detrás del atril. Era una escalera para seguir bajando. Por lo menos tuve que recorrer más de cien escalones hasta llegar a otra estancia más pequeña, de forma semicircular. Tres espejos ovalados se encontraban en la pared.

La imagen que se reflejaba en el primero era la definición de opulencia, yo vestido con ropas caras y multitud de objetos de oro. En el segundo aparecía yo como regente del mundo, en un trono. En el tercero aparentemente reflejaba la realidad, solo parecía estar más feliz. No tenía dudas, toqué el tercer espejo. De nuevo parecían momentos eternos entremezclados con nervios. El espejo se abrió. No se veía nada, parecía el vacío absoluto, como si un agujero negro se encontrara ante mí. Ya que estaba allí no era cuestión de dudar y di un paso adelante.

De la total oscuridad a una claridad cegadora. Después de acostumbrar mis ojos a la luz pude echar un vistazo al paisaje irreal que tenía delante. Estaba en una especie de terraza situada a los pies de una montaña, de la que aparentemente había salido. En frente había un paisaje de media montaña, con el sol en lo alto, iluminando montañas de un color marrón azulado, con pequeñas construcciones salteadas, que parecían pequeñas cabañas postmodernas. De la terraza salía un camino que llegaba hasta un castillo que recordaba al de Cenicienta pero multiplicado por tres. Sin duda ahí tendría que estar mi objetivo.

Mientras caminaba reparé en que no había ningún atisbo de vida, ni animales, ni personas, incluso la tierra parecía estéril. Unos diez minutos más tarde una imponente puerta de más de diez metros de alto esperaba cerrada. Quizás fuera la casa de King Kong aunque no era lo más probable. Carecía de aldaba pero a cambio tenía una especie de saliente con forma de cara invertida. Cruzando los dedos puse mi cara en el molde, esperando que mi intuición siguiera siendo correcta. Era mi día de suerte, las puertas se abrieron lenta y silenciosamente. Dentro esperaban unas escaleras de mármol de color azul claro que estaban destinadas para mis pies. Al llegar a la cima se encontraba otra puerta de tamaño más normal pero de un material más inaudito, parecía un metal resplandeciente. Por suerte tenía un pomo con forma de letra A mayúscula, con los trazos curvados. Al girar el pomo se abrió la puerta. El interior era como una sala del trono de las que salen en las películas de la edad media. Incluso se adivinaba al fondo una figura sentada en lo que parecía el propio trono.

Era una sala gigantesca, tendría más de 70 metros de longitud y seguramente 40 de ancho. Si el que estaba sentado ahí era quien yo creía tenía que respirar y estar preparado. Con paso firme, cabeza erguida e ilusión ilimitada comencé el paseo hasta la otra punta de la estancia pisando por la alfombra roja. Cuando quedaba la suficiente distancia para que mis dioptrías divisasen a la persona supe que todo lo que había investigado antes era cierto. Una sonrisa de satisfacción me salió automáticamente. Me habían llamado loco fanático, perseguidor de sueños imposibles, desequilibrado… Ya todo eso daba igual, tenía razón y ellos no. Cuando estaba a dos metros él me saludó con el único saludo que podía hacer. El saludo vulcano.

Ahí delante estaba Spock, sí, el mismo. Ya lo sé, es un actor, es Leonard Nimoy. Ya, también lo sé, está muerto. Bueno, eso decían, pero ahí estaba, recibiéndome con su clásico gesto imperturbable salvo un sutil levantamiento de cejas que trasmite más cosas en un segundo que Ben Affleck en toda su carrera. Entonces lo siguiente que hizo fue romper el silencio con su voz profunda.

– Saludos viajero. Has tenido que recorrer un largo recorrido para encontrarme.

– No te quepa duda, has cuidado mucho tu escapada a este mundo. He tenido que investigar mucho y estoy seguro que no sé si el 1% de la verdadera historia. Pero si he podido llegar aquí es por creer en lo que decías: «Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad.»

Giro ligeramente la cabeza y levantó la ceja derecha.

– Por algo fui cuidadoso al volver a mi tierra natal. Entiendo que te gustaría saber la verdad. Por favor, acompáñame.

Se levantó majestuosamente. Llevaba ropas similares a las de la película «Star Trek: Misión salvar la tierra», una túnica blanca. De hecho su piel se parecía a la de aquella película. Se movía de forma elegante y le seguí hasta un lateral de la estancia. Abrió otra puerta similar a la de la entrada, que al abrir dejó ver una sala más pequeña con una mesa al fondo que detrás tenía otra silla más discreta y una cristalera diáfana que permitía una iluminación ideal. Encima de la mesa había un artefacto similar a una tablet. Llegó a la mesa y con su mano indicaba al exterior cuando empezó a hablar.

– Este es mi mundo natal. Se podría decir que mi especie era de aspecto y características similares de la humana. Aunque si somos más concretos y vamos a comparar con otros datos que conozcas sería más adecuado decir que eramos más parecidos a elfos.

Casi no había detectado que tenía las orejas puntiagudas propias de Spock.

– Éramos una civilización avanzada, integrada en la naturaleza, con recursos suficientes y con un equilibrio envidiable. Todo lo que antes has visto eran casas y construcciones de mis compatriotas. Yo mismo tenía una pequeña casa cerca de aquí, al borde del río. Obviamente habrás comprobado que no hay ya río. Ese fue el problema, sin saber porque dejó de llover y eso secó los ríos, yermó las tierras y mató los animales. Nuestra salud era envidiable y por comparación a la especie humana podíamos vivir muchos cientos de años, pero necesitábamos comer. Así que recurrimos a todo nuestro conocimiento, probamos todo lo que se nos ocurría pero nada lograba restaurar ese equilibrio que nos condenaba a muerte. Buscando soluciones exploramos la última de ellas, salir de nuestro mundo. Como en vuestra tierra no teníamos naves espaciales y el mundo habitable más cercano estaba a millones de años luz. Así que tuvimos que explorar las teorías de las dimensiones paralelas. Y ahí entré yo como voluntario para hacer el primer viaje interdimensional de nuestra historia.

Lo decía todo totalmente convencido, con una vehemencia propia del propio Spock. Pero como no iba a creerle si había llegado hasta ahí.

– Llegamos a poder realizar viajes interdimensionales, probando primero con materia inerte y luego con animales. El problema radicaba en la vuelta, no eramos capaces de realizar viajes de vuelta. El tiempo apremiaba y casi no nos quedaba comida por lo que tuvimos que pasar apresuradamente a la fase de viaje con personas. Quien se fuera tenía que solucionar el problema del regreso. Yo fui el primer voluntario. Me transportaron a la tierra que es tu origen. Como era de esperar el aparato que hacía los viajes interdimensionales no funcionaba así que estaba atrapado con la tecnología primitiva que existía entonces. Por suerte pude sortear las dificultades en el mundo de la televisión y el cine, aportando mi visión «futurista» a Star Trek. Luego dedicaba la mayor parte del tiempo libre a investigar la forma de volver a mi lugar de procedencia. Hasta hace pocos años no pude hallar la manera que ya descubriste. Lo sé, muy teatral, pero todos estos años entre actores tienen sus consecuencias.

Arqueó las cejas, era lo más cercano a una sonrisa que podía conseguir.

– La parte triste es que al volver no encontré a nadie aquí. Supuse que los que pudieran y reunieran el valor huirían a otras tierras lejanas y el resto decidió morir en su hogar. Y ahora que sabes la verdad vamos a por otra interesante pregunta, ¿Por qué has venido en mi busca?

– El caso es que conocí a tu hijo y me contó una historia extraña. Me dijo que cuando se despidió de ti no tuvo la sensación de que fueras a morir sino de que te ibas a ir de viaje. Es cierto que la muerte a veces se afronta de formas diferentes según las personas pero en este caso además le dejaste un diario como legado. Me lo enseñó y en mi cabeza saltó un resorte que pensó que pudieran ser instrucciones para ir a algún sitio y no fallé.

– Fascinante. En verdad el diario eran apuntes en clave de todo lo que iba haciendo. Aunque es mi hijo no podía hacerle participe de todo esto, como bien sabrás las personas acaban convirtiendo todo descubrimiento en negocio o lo destrozan. En esta tierra está todo desierto. Pese a vivir más años mi final también se acerca y solo quería morir en mi hogar original.

– Ha valido la pena conocerte. No sé si te importaría poder hablar contigo más tiempo.

– Claro, no suelo tener visitas. Has llegado donde ningún hombre ha llegado jamás.

Estuvimos charlando mucho tiempo. Fue increíble pero yo tenía una vida y una tierra a la que volver por lo que tenía que despedirme.

– Supongo que lo más adecuado sería decir «Larga vida y prosperidad».

– Desde luego, larga vida y prosperidad. Solo una cosa más, entenderás que no sería adecuado que compartieras tu descubrimiento con los demás humanos. No tiene sentido que un ser viejo como yo pueda emitir una amenaza real pero creo que puedo apelar a tu sentido común para que hagas lo correcto.

– La necesidad de la mayoría pesa más que la necesidad de unos pocos. En este caso la mayoría de tu pueblo eres tú. Desobedecerte no sería lógico. Larga vida y prosperidad.

Hice el saludo vulcano y me fui.

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Una respuesta a Lo improbable

  1. Pedalier dijo:

    ¿Seguirá el mismo camino el planeta Tierra? Espero que no, pero estamos ganándonos a pulso que nos ocurra lo mismo que a los vulcanianos.

    Excelente nivel de relato…como siempre.

    Estoy de vuelta. No sé cuánto.

    Un abrazo.

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